Esta es la historia de la hermosa mujer que baila toda la noche, que anda de aquí pa’ya, y por todos lados en el barrio donde aflora el arte popular, como flores silvestres en cada calle y avenida, en cada pared desnuda que se viste de grafitis urbanos y adornos vivaces que visten de gala y alegría todo el lugar.
Nadie sabe en realidad su nombre verdadero, unos le dicen Leonor, otros aseguran que se llama Dominga y hay quienes afirman que su verdadero nombre es María. Nosotros le diremos la negra rumbera, ella vive y aparece siempre en las callejas del barrio más alegre de la Cartagena caribeña, el barrio Getsemaní. Donde desde la mañana, a pesar del guayabo, se amanece con música de porro, champeta y vallenato, pa’legrar el alma y mover el cuerpo.
La negra conoce a todo el mundo aquí, se dedica a todo y a nada a la vez, ha vendido arepa-huevo y empanadas en la Plaza de la Trinidad, vende artesanías, sombreros volteaos colombianos en la Calle del Arte. Cuando tiene tiempo y el espíritu se lo dicta, va al puente Heredia Viejo, como a tirar la vida que le pesa en realidad.
La negra por Getsemaní no anda, se contonea de tal manera que todos la voltean a ver, para fundirse con el espíritu sensual y fiestero del lugar. No es extraño verla al caer la tarde en el Callejón Ancho, bailando una champeta ella sola, para la distracción y admiración de todos los que puedan verla, al lado suyo, está siempre un sombrerito, para dejar una propina a tan elocuente danzante de movimientos tan vibrantes.
Por dentro la negra rumbera está como ausente, como que anda en control automático, sin sentir nada, sin ver mucho y sin querer a nadie. Todos la llenan de piropos y lisonjeras, siempre llega a su lado la invitación a un trago de aguardiente, una cerveza fría y en ocasiones hasta a cenar.
La negra pasa sus noches en la calle 24, la calle de las discotecas, ya la conocen los muchachos del Club “Farándula” donde sabe que consigue entrar, disfrutar de la música y par de tragos de cortesía. A veces en la fiesta se le ve a la negra danzar, parece que sus pies descalzos no tocan el suelo del lugar, al ritmo de la música caliente, su bella figura se ve flotar. Casi siempre baila sola, aunque la siga un enjambre de hombres a cada lugar donde ella quiera estar, cuando come o habla con alguien parece que se transformara en otra persona, nunca de mal humor, pero distante, se ríe de los chistes de todos, pero parece que está a punto de llorar.
En la negra noche, parece invisible, pero los visitantes del mundo la perciben, cuando en la chiva nocturna van rumbeando, no es extraño que la negra los vaya acompañando, bailando sensualmente y la vida dando, para que todos los que en Cartagena estén, vivan un feliz momento, tomando un roncito, gritando y bailando otro poquito.
Cuando el barrio esta calmado, por alguna extraña razón, podemos con seguridad ver a la negra dentro de la iglesia de la Santísima Trinidad, solo Dios y ella saben con certeza que tanto reza, unos se atreven a chismear que es por tantos pecados que debe tener, con la vida alegre que creen que debe ejercer; nada más lejos de la realidad. Sale de la iglesia y toma un su jugo de mandarina, voltea al cielo, como rogando que pase pronto lo que la acongoja o que el mismo creador la recoja, para no sufrir más.
¿Qué puede estar pasando con la negra rumbera, que, viviendo en uno de los lugares más felices de la tierra, a pesar de verla con su sonrisa blanca casi siempre, su corazón este quebrado y su espíritu como ausente?
Dicen por ahí, que la negra rumbera en realidad es un antiguo espíritu afrocolombiano, que cada noche dentro de las notas musicales ella llora por dentro, por los que llegaron del otro continente para dejar de ser personas y ser de este lado propiedades. Porque detrás de la algarabía de este lugar se pueden contar mil historias trágicas que vivieron los que en muchos aspectos levantaron la ciudad.
Pasan así los días, meses y el tiempo. La negra rumbera sigue y permanece, porque la verdad es que ella a lo mejor si un espíritu es, pero no un espíritu del pasado que se resiente de lo ocurrido, porque sabe muy bien que cada paso que damos nos lleva al futuro, pero para llegar a él debemos también disfrutar del hoy, que por eso se le llama presente, por ser un regalo de los cielos para Todos, sin distinción.
En las calles y callejones del Getsemaní, las mil historias de la negra se escuchan por donde quiera, se funde la realidad con la fantasía, envuelta en la música de un porro que cuenta la historia de la que un día podía ser Leonor, otro Dominga y al final María, dicen los más atrevidos que la negra rumbera estaba con Gabriel en su casa de Cartagena, cuando escribió su novela “El Amor y otros Demonios”, por eso su espíritu nostálgico que ha estado desde siempre en la ciudad.
La negra rumbera existe, pero dentro de cada uno que al barrio Getsemaní visita, porque a pesar de la alegría que demostramos, solo Dios sabe qué vida llevamos, estos lugares de ensueño nos sirven para pasar un tiempo en mágica compañía y rozagante alegría.
Y aunque la verdad es que nada de esto es realidad, lo cierto es, que el mundo puede ser tan grande y a la vez tan pequeño que en una amplia sonrisa blanca cabe, en una danza alucinante al ritmo de Cartagena existe y, en una historia inverosímil, persiste.
FIN