Es de noche, en medio de la selva tropical, lloviendo como es costumbre por esta época del año. Agazapado como un animal herido y temblando del frío está José Maria, Chema como todos los que saben su nombre le llaman, tratando de encontrar un poco de calor en un pedazo de metal frío y mortal. En otras palabras, empuñando su fusil en vigilia constante nocturna, pidiéndole a Dios que no pase ni siquiera una mosca para no tener que abrir fuego.
Chema es un militar como existen muchos en casi todo el mundo, entrenado como animal de circo para obedecer sin pensar las órdenes de sus superiores, porque eso es lo que hacen los militares de bajo rango, obedecen sin pensar y punto.
Entre la negrura del momento, el muchacho que está camuflado en la selva empieza a recordar imágenes difusas de un tiempo pasado que a veces parece no haber existido jamás. En una pequeñísima aldea formada apenas por unos cuantos ranchos y covachas, rodeadas de algunas siembras de maíz, frijol y otros vegetales, estaba él, de niño, con sus pies descalzos correteando algunas gallinas para divertirse… En esos tiempos casi siempre tenía hambre, aunque con una sonrisa en los labios, debía trabajar, llevando agua del río para sus padres, limpiar el gallinero, cosechar las escasas siembras, etc.
Algunas ocasiones se escapaba al monte con algún amigo de la comuna, para jugar y a cazar conejos, así ayudar a poner carne fresca en la mesa de sus familias. En una de esas escapadas se encontraron Chema y su amigo con una compañía de personas extrañas, parecían militares, pero no tenían los uniformes del ejército. Se acercaron sigilosamente como niños que eran, pero fueron atrapados por uno de los miembros de ese “ejército”.
A Chema le escurren las lágrimas cuando recuerda todas estas cosas, que bueno que está lloviendo a cántaros esa noche, así nadie, ni siquiera Dios, puede ver su llanto…
Recuerda que ese día él se quedó congelado, no podía moverse ni un poco al ver el fusil del soldado que les había capturado, pero su amigo quiso escapar, salió corriendo y de repente solo se escuchó un trueno que recorrió todo el monte, enseguida el fuerte sonido provocó que las aves levantaran el vuelo despavoridas y, el cuerpo de un niño de no más de 12 años se podía ver tendido en medio de unas rocas…
Chema sigue llorando en silencio, porque eso le enseñaron en el ejército, a ser silencioso. Los soldados de las brigadas especiales solo se ven cuando atacan y es demasiado tarde para evitarlo, nunca se escuchan ni se advierte su presencia, mucho menos se equivocan. Uno de esos soldados es Chema hoy en día.
Transportado en esos recuerdos de una niñez robada por problemas políticos y económicos de un grupo de personas egoístas que solo buscan más poder del que ya tienen, Chema dice para sí mismo: “Pobre el Nelson, era bueno cazando conejos en el monte”.
En ese entonces, José Maria fue llevado casi a rastras al comandante de la patrulla insurgente que había matado a su amigo. El comandante, dándole pobres escusas de lo ocurrido, como que acaso no sabían ellos que el país entero está en guerra civil revolucionaria y se debe obedecer las órdenes sin chistar de un soldado de la revolución… Este hombre se quedó con Chema por más de una hora, le dio una galleta y un poco de café. Al final le propuso que le llevara a su pueblo para que lo dejara en paz.
Se ilumina de repente el cielo por un relámpago, en su fugaz golpe de luz incandescente podemos observar que Chema no está a salvo, hay todo un pelotón de soldados de las fuerzas especiales camuflados entre el lodo y la espesura de la selva esa noche, aunque no se escucha nada fuera de lugar e incluso pueden observar como pasa delante de ellos un jaguar sin darse cuenta de los soldados.
Cavila un poco más Chema en sus recuerdos de infancia, al regresar con el comandante de lo que entendía eran unos militares rebeldes, amarraron a Chema tirándolo al suelo y disparando al aire, entraron a todas las chozas y zaquearon la pobre aldea, llevándose las provisiones de granos, huevos y algunas medicinas que los lugareños tenían para su supervivencia. Al final, antes de irse, se emborracharon para luego dejar la aldea, como decimos en mi pueblo “patas pa´rriba”.
Los papás de su amigo muerto, después de varios días, hasta que esos malos hombres se marcharon, pudieron recuperar el cuerpo de su hijo para darle sepultura. Paso el tiempo y de vez en cuando se asomaban otros de esos rebeldes a tomar las cosas de la comunidad sin preguntar, decían que era el “tributo de guerra” y que todos debían cooperar para liberar al país del imperialismo reinante. Palabras que en realidad nadie entendía en esa aldea, ellos solo observaban como personas de fuera, armadas, les quitaban lo que ellos con mucho trabajo producían.
Paso el tiempo y el muchacho creció un poco, casi olvido a Nelson y lo que había pasado, ya no habían regresado los rebeldes a robar a la aldea, cuando de repente, estando en el río llenando las tinajas para llevar el agua a su casa y algunas siembras, Chema escucha el bramar de las escopetas y fusiles en su pueblo, levanta la mirada y vio con horror unas columnas de humo en el sitio donde estaba su hogar. Corrió como pudo con esos pies descalzos por la selva, al llegar observo un apocalipsis.
Muchos soldados estaban matando a todos, le prendían fuego a todo el minúsculo poblado. Sin advertencia alguna, Chema voltea a ver y un soldado del doble de tamaño que él y dándole un culatazo con su arma que lo deja inconsciente.
Se está despejando la noche, se abre el cielo y se asoma una luna llena, hermosa, gigantesca, esta alumbra todo el lugar, dejando brillar un poco el rifle de Chema, quien inmediatamente lo embarra de lobo para evitar ser visto o llamar la atención.
En aquellos años, cuando despertó Chema después de ver como habían destruido su hogar, se encontró en un calabozo. Acusado de alta traición por parte del ejército nacional de la república, esperando la sentencia que sin duda sería la muerte.
El muchacho no entendía nada, al parecer era el único sobreviviente de esa masacre, no veía a nadie más de su comunidad, pregunto por sus padres y ni siquiera se molestaron en contestarle. Chema no hablaba mucho castellano, habla fluidamente su idioma materno maya, como muchos en esas comunidades perdidas en los montes de mi nación. El patojo no tendría ni 14 años en ese entonces.
Recuerda que un soldado, quien le llevaba la comida, pudo ver algo en él. Vio que no era malo, a pesar de que oficialmente era un prisionero de guerra y acusado de alta traición, consiguió permiso para enseñarle a leer y escribir en castellano. Le motivo varias veces a que delatara a los comandantes de la insurrección, así él se salvaría, pero Chema no podía hacerlo porque no los conocía, no sabía en realidad de que hablaban…
Pasaron un par de semanas y el chico estaba en los huesos, con alta desnutrición y otras complicaciones de salud, fue llevado a un hospital, en donde por cuestiones humanitarias y falta de pruebas en realidad le fue otorgado una amnistía a sus supuestos crímenes de traición con la condición de que se enrolara en el ejército de inmediato. Así fue como el chico terminó en las filas del ejército.
Chema acostumbrado a obedecer, encajo en la milicia de inmediato, a pesar de su enclenque figura, era ágil, hacía los ejercicios y agradecía el plato de comida y el catre que nunca había tenido en su vida para dormir. Pensó que a pesar de que perdió todo, esa era ahora su nueva vida y no cuestionaba nada.
Se escucha una voz en el auricular que tiene Chema, están preparados para llegar al objetivo de la noche, ha regresado la lluvia, pero eso les ayudará a que no se escuchen demasiado sus movimientos. Chema al igual que todos los del pelotón están listos para la batalla, les han dicho sus superiores que atacarán a un grupo de peligrosos criminales que introducen y trasiegan sustancias ilícitas en el país, poniendo de esa manera en peligro a muchas poblaciones y a la nación entera.
En esos instantes el soldado recuerda su entrenamiento, lo duro que fue, como ha sido preparado para estos momentos. Rutinas de ejercicios extenuantes en las diferentes selvas y montes del país; como en una ocasión fue abandonado en medio de la nada, sin equipo ni recursos, solo con su cuchillo y debía completar la misión que era llegar a la base militar que estaba a tres días de camino; atravesando ríos, montes y barrancos, tuvo que aprender a cazar y comer carne cruda de sus presas, a descansar sin dormir para evitar ser atacado por cualquier fiera. Algunos de sus compañeros de unidad no lo lograron, otros pocos nunca salieron de esa selva. Eso cambia a las personas, las enfoca, las endurece, pero también las desensibiliza y las vuelve un poco menos “humanas”…
Las órdenes están siendo dadas, todos los del pelotón de ataque están preparados para emboscar a los criminales esa noche lluviosa. Chema está preparado, aunque algo empieza a molestarle, no escuchan nada en ningún lado, regularmente donde hay truhanes, hay ruido y desorden.
Empiezan a avanzar lentamente, el corazón de todos les late a mil por la adrenalina, tiene listas sus armas y recorren sigilosamente unos 50 metros en la espesura para llegar a un claro donde está todo oscuro, sin movimientos.
Se disparan unas bengalas y los soldados empiezan a lanzar bombas aturdidoras dentro de los jacales donde se suponen están resguardados los criminales.
Salen despavoridos los ocupantes siendo recibidos por ráfagas de fuego y balas, cuando Chema se da cuenta de todo, ve que son personas comunes y corrientes, que no están armados, trata de comunicarse por radio con sus superiores para abortar la misión, pero no le prestan atención y dan las órdenes de arrasar con el sitio; de no tener más que solo un par de prisioneros para poder interrogarlos y mostrarlos a los medios de comunicación y promocionar así la efectividad de los movimientos del ejército de la nación…
El soldado, sin saber que hacer por primera vez, revive lo que él mismo vio y vivió hace tiempo atrás, el cómo quienes deberían proteger a esas personas las están acabando, sin motivos aparentes, sin oportunidad de defenderse.
José Maria está de rodillas, con su fusil en el suelo, sin saber que hacer, él debe obedecer, lo sabe, pero también está seguro de que eso está mal.
Levanta la mirada y ve como sale de la parte de atrás de uno de los ranchos un niño descalzo, un compañero le está apuntando con su rifle y Chema grita para distraer al soldado, este voltea pensando que habían herido a su compañero, pero Chema se levanta y le dice que ira a capturar vivo al fugitivo para que no de aviso a otros…
Chema corre velozmente por la selva húmeda como cuando era un rapaz de no más de diez años, aunque no conoce esos montes, es un hábil rastreador y da con las huellas del niño. Logra localizarlo, ve al niño y está muy asustado, trepado como un mono en un árbol, no habla. El soldado le ordena que baje, le ofrece que lo protegerá y no dejará que nadie le haga daño, pero el niño no habla y se queda donde está.
Se quedan callados por un par de minutos, se escuchan aún las ametralladoras arrasando el poblado del chico, a Chema le duele el corazón, cada balazo que es lanzado y siente que muere con cada explosión que escucha. Sin pensarlo, empieza a rezar una vieja plegaria que le enseño su mamá, en lenguaje maya, el niño lo escucha y empieza a bajar del árbol, le pregunta en ese idioma que ¿Por qué? A lo que Chema solo se encoge de hombros, diciendo: “Fueron las órdenes”.
FIN
“Maldito sea el soldado que vuelva las armas contra su pueblo” (Simón Bolívar)