Este era un poblado muy pintoresco, si es que podemos llamarlo pueblo porque en el habitaban menos de 100 personas, al norte de un país muy lejano. Tan lejano y apartado que no importaba si estabas en el pueblo más cercano, debías tomarte al menos día y medio para llegar a él.
Como sacado de un cuento, o de la imaginación de Claude Monet y sus obras de paisajes es aquel lugar, tanto en verano con sus floridos prados, como en invierno con sus montañosos y fríos paisajes. En realidad, es un lugar que parece reunir todos los momentos extraordinarios en cada estación de una forma única y bella, capta la mirada y atención de cualquiera que decide tomarse un tiempo para admirarlo.
Como todo poblado tiene a sus líderes que llevan de algún modo la batuta de la organización del lugar, este no es la excepción y tenemos a ilustres lugareños como la Sra. Ana, dueña de la farmacia que más parece una antigua botica llena de hierbas secas para hacer infusiones aromáticas y medicinales, algunas cajas de fármacos que antes de usar se deben verificar sus fechas de caducidad y vendajes de todos los tamaños posibles. Esta Don Ricardo, el encargado de la oficina postal. Un lugar muy peculiar, lleno de papeles algo amarillentos por lo viejos que son; una colección de sobres de todos los tamaños y formas, junto a una ventanilla para recibir a los clientes -que no son muchos-, y un telégrafo que era la única forma de comunicarte de forma rápida con el mundo exterior. Además, en una esquina polvorienta un anaquel con postales antiguas mostrando la belleza de los paisajes de la región. Todo con un aroma un tanto húmedo, salado o rancio, que acentúa a todos los sentidos lo añejo del lugar, pero con una magia que nadie puede dejar de admirar.
En este amable lugar no tenían ninguna fuerza de seguridad o policía porque en realidad no era necesaria. Todos eran como una especie de colonia, se apoyaban los unos a los otros. Tal era el caso de Felipe que era como el mil usos del lugar, en un momento estaba trabajando como carpintero, como hacia trabajos de plomería en un instante, y era el dueño del bar en el pueblo. Junto a su esposa Clara, administraban también el único hostal de la localidad. Así podemos mencionar a todos, de los pocos habitantes de este pueblo como perdido, no solo geográficamente, sino en el tiempo.
Una o dos veces al mes llegaba Don Beltrán, un anciano en un camión tan vetusto como él. Era quien llevaba provisiones y todo lo necesario para subsistir en el pueblo. Trataba de complacer a todos los que le habían pedido algo, en especial al Sr. Nicolás que era el dueño de la tienda general del lugar, donde se podía encontrar dentro de un limitado surtido. Algunos abrigos, botas, comida enlatada, abarrotes en general, municiones para escopetas de caza, etc.
Este es definitivamente un pueblo rural encantador, donde a pesar de lo calmado, siempre había algo que hacer. Las personas muy de mañana estaban ya en sus tareas diarias, algunos con sus animales de granja ordeñando un par de vacas o recogiendo huevos en el gallinero; otros tenían huertos hermosos o salían a cazar algún venado o liebre para obtener carne fresca, en muchas ocasiones no solo para ellos mismos si no también para compartir o vender a algún vecino. Por las tardes, cuando el clima lo permitía, algunos se reunían en la plaza a jugar ajedrez, cartas o simplemente a charlar acompañados de una botella de vino o una taza de café.
La llegada de Don Beltrán era siempre esperada y muy bien recibida por todos, a la expectativa de novedades del mundo exterior. Las señoras esperaban algún trozo de encaje para agregarle a sus vestidos y alguna novela romántica que el buen hombre de casualidad hubiera llevado al pueblo para cómprasela. Felipe y Clara siempre le ofrecían un buen almuerzo al viajero como recompensa por llevarles provisiones para el bar y alguna cosa nueva para utilizarla en el hostal… a la Señora Ana le interesaban siempre las revistas médicas, pero secretamente le pedía alguna de modas, de esas de diseñadores famosos en Paris o algún lugar similar.
Todo transcurría sin prisa, ni penas en ese lugar. Que, si se hacía algún agujero en el techo de la tienda, llegaba Felipe a repararlo, o si era el cumpleaños a alguien, se celebraba entre todos en el salón del hostal. A menudo se veía a la Señora Ana visitar a alguien, llevando una infusión de algún té para ayudar a curar un resfrío o un caso de indigestión…
Pero en esta paz había unas semanas de algarabía y frenesí sin igual. Era en el verano casi siempre, cuando algunos turistas llegaban para disfrutar de las increíbles vistas y paisajes, del aire puro, de la amabilidad del pueblo, sin mencionar que estos tiempos eran los que en realidad le inyectaban vida e ingresos a la localidad. Eran un par de semanas donde el pueblo parecía recobrar una vida y actividad que pudo tener tiempo atrás. Había ocasiones que el pequeño hostal no se daba abasto para albergar a todos los turistas. Entonces, como pueden imaginarse los vecinos abrían sus casas para hospedar a los demás, hasta Don Nicolás, que es un poco reservado abrió un espacio en la trastienda para que se quedarán algunos estudiantes universitarios y el patio trasero para que pudieran acampar los que iban preparados, y los que no, pues les vendía lo necesario.
Eran unas semanas de no parar para Felipe y Clara, atendiendo el hostal, preparando almuerzos, sirviendo algunos tragos en el bar… además no faltaba algún vecino que organizara caminatas y paseos por el bosque o las montañas para que todos disfrutaran de los bellos paisajes y la experiencia de estar, como decían algunos turistas, en el paraíso perdido.
Eran quizás las únicas veces que se veían hasta niños corriendo por todos lados en el pequeño pueblo, algunos llevaban sus bicicletas para recorrer los caminos y se podían escuchar a casi toda hora los “cliks” de las cámaras a la par de risas, frases de exclamación y algunos suspiros de parejas enamoradas que disfrutaban de esa atmosfera tan romántica en aquel pueblo. No faltaba aquel joven que se pasaba de copas y que quería llevar la fiesta a otro nivel, pero nunca pasaba a más. Después de que alguien lo llevaba a tomar una siesta y un buen café se calmaban los ánimos y todos seguían disfrutando de la paz y belleza del pueblo y sus alrededores. Era como si los turistas inyectaban adrenalina al pueblo, pero este al mismo tiempo como respuesta daba al turista una dosis de paz espiritual.
No era raro ver a Don Beltrán más seguido en esos días, siempre acompañado de un nuevo turista; y un par de cajas de embutidos, quesos, botellas de vino, café, etc. Para entregar al hostal. Esas semanas eran como un nuevo palpitar para todos. A la Señora Ana le encantaba en particular convocar a los visitantes por las noches en la plaza para explicar las bondades de las plantas medicinales de los alrededores, pero en realidad le fascinaba ver las nuevas modas en las mujeres que llegaban al pueblo a disfrutar.
Las personas murmuraban entre ellas admiradas al visitar el antiguo puesto de correos. Don Ricardo muy orgulloso, les mostraba todo y lograba vender algunas postales para el recuerdo; les enseñaba el telégrafo a lo que los más jóvenes, extrañados, les encantaba; nunca habían visto uno. Algunos aprovechaban a enviar un mensaje o saludo por ese medio a sus amigos y parientes en casa, era como viajar por el tiempo para ellos, a una época más tranquila y con su esplendor y magia casi de cuento de hadas…
Ver esto era casi idílico, la mezcla de generaciones de los chicos universitarios mochileros disfrutando de ambientes que ni siquiera sabían que existían, de una paz que no se vive ya en las ciudades de hoy en día. Luego de la novedad, de la alegría y el relax, de tomar unas cuantas botellas de vino, disfrutar de la carne de venado ahumada y de un colchón algo tullido por los años; esos vivarachos visitantes, así como llegaban se retiraban, dejando atrás ese pedazo de cielo en la tierra. En otoño eran menos los turistas y casi nadie llegaba en invierno porque las temperaturas bajaban bastante, casi todo el pueblo invernaba como una comunidad de osos.
Pero hubo un año en especial que al retirarse los visitantes alguien dejo sin darse cuenta un artefacto peculiar. Clara, al hacer limpieza en el hostal fue la primera persona que lo vio. Sin saber en realidad que era ese curioso aparato que parecía un trozo de vidrio y plástico sin ninguna gracia, no le presto importancia. En realidad, los chicos que llegaban al pueblo solían dejar muchas cosas olvidadas en el hostal, porque algunos compraban un abrigo nuevo y no les cabía luego todo en las maletas, o quizás por ser desordenados simplemente como lo son muchos jóvenes. En algunos casos se guardaban esas pertenencias si parecían costosas para dar la oportunidad de que si regresaban los visitantes poder devolverlas. El descubrimiento hubiera pasado inadvertido si no fuese porque en el momento de guardar el aparato en el baúl de cosas perdidas, Clara presionó un botón sin darse cuenta y se encendió el artefacto, entonces este vibró e hizo un sonido como de otro planeta para ella. Algo asustada, pensó que era alguna especie de radio moderno y se lo llevo a su esposo que era el hombre más listo que ella conocía.
Clara fue a buscar a Felipe, lo encontró en la tienda general hablando con Don Nicolás; le hizo señas desde afuera para que llegara con ella porque no quería mostrar en presencia de Don Nicolás el descubrimiento. A ella le caía muy bien Don Nicolás, pero le tenía cierto recelo y sabia lo oportunista que podía ser. Además, no quería que nadie fuera a pensar que ella a propósito quería quedarse con ese aparato que a momentos le empezaba a parecer fascinante. Cando ya estuvieron solos, Clara le mostro el aparato a su esposo, el cual lo empezó a ver por todos lados y ángulos, presionó los pocos botones que poseía el mismo y este vibraba y hacia algún chirrido extraño; al final se encendió una pantalla en él que decía “no hay señal” … Descartaron que fuera un tipo de radio, pero Felipe recordó que vio a algunos chicos con aparatos similares que usaban para tomarle fotografías a todo. Resolvieron mostrar el descubrimiento a todos en la reunión que se llevaría a cabo en el salón del hostal al día siguiente, donde se juntarían para platicar de los logros en la última temporada de turistas y escuchar sugerencias para algunas remodelaciones en el pueblo.
Al día siguiente, con una corriente de viento aún cálido que venía de las montañas, Clara preparaba las sillas en el salón y empezaron a llegar los coterráneos para platicar y contar anécdotas de las últimas semanas que habían transcurrido en la temporada de turistas, cada uno tenía algo que contar; que si en la caminata alguno se había asustado por un animal del bosque que encontraron, o que si don Nicolás había aprovechado para vender algunas cosas por unos centavos de más, que Don Ricardo había enviado más telegramas este año, y a la Señora Ana se le habían terminado los tés de cardo silvestre que afamaba como cura para mil cosas… Se acercó Clara con una jarra de café recién hecho para quienes quisieran tomar algo caliente y Felipe llevaba algunas galletas para combinar. Al pasar el tiempo y la tertulia entre vecinos, se hacían planes de remodelar la plaza, colocar un par de bancas más para los turistas, alguno proponía que se construyera un quiosco para que se convocara a alguien que sepa tocar un instrumento musical y amenizara por las tardes. La Señora Ana deseaba que de pusiera un puesto de salud para atención a pequeños accidentes que pudieran ocurrir en los paseos, y don Nicolás estaba pensando en rentar espacios para acampar en alguna ladera cercana al pueblo. En esos momentos, Clara y Felipe golpearon una taza con una cucharilla para llamar la atención de todos; seguidamente explicaron que como todos los años en el hostal se encontraban algunos objetos olvidados por los turistas después del frenesí de las vacaciones pero que en esta ocasión habían encontrado un curioso aparato, sacándolo a la vista de todos. Algunos no le prestaron atención y se escuchó a más de uno que dijo: “algún cachivache sin valor de seguro”. En ese instante, sin que nadie se hubiera dado cuenta, entraba por la puerta don Beltrán. El casi anciano que hacía de conexión entre tan amable y pintoresco pueblo y el resto del mundo.
Haremos una pequeña pausa aquí en la historia, quiero recordarles que, en esa bellísima localidad, como lo mencionamos en un inicio, sólo la oficina de correos y telégrafos era lo que existía para comunicarse desde el pueblo al mundo y viceversa, no tenían teléfonos, por difícil que sea de creer en estos días. Entonces, si no era por medio de cartas o por un cable que tintineaba en sonidos largos y cortos, o don Beltrán que llegaba al pueblo, trayendo y llevando paquetes dentro y fuera del lugar no se conocía otro medio de comunicación.
Retomando, sin que nadie hubiera prestado atención entro don Beltrán y escucho a Felipe cuando decía que no sabía que era ese aparto pero que había visto a varios chicos tomando fotografías con cosas parecidas, a don Beltrán le pareció curioso y conocido el objeto que tenía en la mano Felipe. Se acerco un poco, colocándose bien sus gafas para ver mejor y dijo a todos con un tono algo cómico y burlón: “Pero si solo es un celular hombre”, a lo que todos los presentes dijeron casi al unísono: “un ¿Qué?”.
Nadie podía imaginar lo que estaba a punto de suceder, como esta serie de acontecimientos y casualidades iban a cambiar tantas cosas en este bello pueblo.
Un celular, repitió don Beltrán. Es un aparato para hablar con quién deseas y puedes cargarlo donde quieras… El amable transportista hizo cuanto pudo para explicar lo que era eso, tomando en cuenta que ni siquiera teléfonos normales tenía el pueblo porque en realidad nunca los habían necesitado.
Con ese aparato, continuaba don Beltrán, puedes hablar, enviar mensajes, tomar fotos y conectarte con todo el mundo al navegar por internet. ¿Navegar? dijeron algunos, como es posible si no es un bote… ¿Internet? ¿Qué es eso? ¿Algún lago de por aquí?… Así continuaban las preguntas, que quizás nosotros las escuchamos como raras y hasta tontas, pero para ellos eran totalmente válidas. Pudo quedarse todo ahí de no haber sido porque a don Nicolás se le ocurrió que podían saber más de ese dichoso internet si pedían alguna revista o algo que lo explicara mejor a don Beltrán para la próxima vez que llegara al pueblo. A don Ricardo no le parecía buena idea, él era el encargado de las comunicaciones y no el tal internet ese del que hablaban, y que al parecer se necesitaba ser alguna especie de grumete o marinero para poder “navegar” y hacer uso de él.
Paso un poco el tiempo y en realidad ya nadie recordaba el aparato celular ni mucho menos esa idea extraña de conectarte con el mundo y el internet; hasta que un día, como era costumbre, llegó don Beltrán al pueblo, cargado con todas las encomiendas que la gente buena de aquel lugar le había pedido. Entre las cajas de vino, enlatados, algunos vestidos y telas; el amable conductor y comerciante al estilo de Marco Polo llevaba las novedades de tierras lejanas a todos. Después de desempacar y entregar todo lo que estaba en su camión, como era costumbre, se dirigió al hostal de Clara y Felipe dispuesto a disfrutar de una buena comida. Estando allí, al momento de terminar de un estofado de venado con un trozo de pan y una copa de un vino frutal un tanto amargo, del cual por supuesto no se quejaría porque él mismo llevo ese vino al pueblo; entro don Nicolás al hostal para hablar con él acerca de lo que acababa de entregar en su tienda y pagarle. Al terminar, don Beltrán le dijo que tenía otra cosa para él en el camión y lo llevo para darle una serie de revistas y uno que otro folleto que hablaba de computadoras, redes y antenas de wifi, todo lo que se necesita para conectarse a internet. Encontré todo esto y mi hijo que vive en la gran ciudad dice que pueden hacer mucho con el internet aquí, dijo don Beltrán.
Perfecto exclamó don Nicolás al recibir todas esas publicaciones, le pregunto a don Beltrán que ¿Cuándo se iría de regreso y si vería a su hijo? Haciéndole la invitación que permaneciera en el pueblo un par de días. La idea era poder leer y entender, si podía, algo de todo esto que llevaba don Beltrán y presentarlo a los demás en una reunión urgente para convocaría el día de mañana en el hostal.
Don Beltrán asintió que tenía el tiempo libre para quedarse y disfrutar de la hospitalidad de Clara y Felipe por un día o dos. Además, él quería hablar con la Señora Ana de un dolor que le aquejaba ya hace tiempo en la cintura de tanto manejar el viejo camión. De inmediato, don Nicolás fue a los diferentes lugares donde se reunían la mayoría de los habitantes para comunicarles que al día siguiente se llevaría a cabo una reunión de suma importancia para todos en el salón del hostal. Luego se fue a encerrar a su tienda a leer y tratar de entender esas cosas extrañas que mencionaba toda esa literatura que acababa de llegar a sus manos. Busco un diccionario porque la mitad de las palabras y términos en esos ejemplares escritos parecían como si fuera una lengua extraña o fuera de este mundo. Aun con esas dificultades don Nicolás estaba resuelto a hacer una exposición de la oportunidad de oro que tenían en el pueblo con esto de contactarse con todo el mundo por medio del internet…
Al día siguiente, muy confiado en el extraordinario vendedor que era, don Nicolás llego al salón del hostal preparado con unos papeles y las revistas que había podido leer y medio entender acerca del tema. Empezó agradeciendo la presencia de todos y como algo extraño llevo algunas golosinas de su tienda para regalar entre los asistentes; luego pregunto a Felipe: ¿Te fue bien en la última temporada de turistas amigo? Creo que recuerdo que estuvo lleno el hostal todo el tiempo, ¿verdad? A lo que Felipe con una pequeña sonrisa entre sus labios asintió y agrego: “¡fue el mejor año de todos!” … Entonces, aprovechando la respuesta que Felipe había dado, don Nicolás dijo: que tal si te dijera, o les dijera a todos que podemos ganar el doble o el triple el próximo año. Casi al mismo tiempo todos los presentes se levantaron de sus asientos y dijeron: ¿Cómo?
Con el internet dijo eufórico don Nicolás. No dejo que nadie lo interrumpiera, como un buen vendedor, empezó inmediatamente a explicar el potencial de anunciar al pueblo en lo que se conocían como “redes”, que las personas de las grandes ciudades podían ver al pueblo dentro de las opciones de vacaciones y no depender de si alguien les contaba de su experiencia del año anterior. Que podían brindar el servicio de “wifi” -que aún no entendía bien-, pero que leyó que lo ofrecían por todos lados, en las ciudades turísticas.
Seguía don Nicolás con una gran pasión haciendo su exposición a todos; moviendo los brazos, enseñando las fotografías de los aparatos que estaban en las revistas; ocasionalmente tomaba un sorbo de agua para retomar inmediatamente su monologo que nadie se atrevía a interrumpir, no sé si por educación o porque no entendían nada de lo que hablaba…
Termino don Nicolás de hablar o mejor dicho concluyó su elocuente discurso y se quedó todo en un silencio casi aterrador, unos se miraban a los otros encogiéndose de hombros. A todos les pareció por un instante que don Nicolás se había vuelto completamente loco. Escucharlo hablar de satélites, computadoras y señales invisibles que viajan por el aire como las de la radio, pero que por ahí viajan fotos y palabras escritas sonaba algo chiflado en realidad para todos los habitantes del poblado. Pero a pesar de todo, seguían recordando que don Nicolás era quizás la persona más emprendedora y astuta del pueblo, que a pesar de ser un negociante duro era también muy honrado y siempre ha dado lo mejor a la comunidad. Por otro lado, a todos les parecía fantástico el poder hacerse de unos centavos más en la temporada de turistas el próximo año.
Hablo Felipe como cortando con sus palabras la tensión del lugar en esos momentos: “¿Dices que podríamos ganar hasta el triple con eso del internet?” … Luego, casi de inmediato se escuchó la voz de don Ricardo el cartero a manera casi de un grito: “¡Patrañas! Eso del internet es solo para las grandes ciudades, nosotros no lo necesitamos”. Así empezó la discusión entre que unos les atraía la idea, aunque no entendieran nada de nada y otros pensaban que era algo como maligno que podía apoderarse de sus almas…
Para calmar un poco los ánimos y ganar adeptos a la idea, don Nicolás les hizo memoria que él era un miembro muy respetado de la comunidad, que recordaran cuando en una ocasión al atravesar una fuerte tormenta de invierno muchos necesitaron provisiones extras y él sin titubear se las dio de forma gratuita algunas y otras a que las pagaran hasta que pudieran. “Nunca pensaría ni siquiera en hacer algo que no fuera para beneficio de todos en el pueblo”, dijo. A lo que muchos asentían con la cabeza recordando el tipo de persona que era y que siempre ha estado solícito para ayudar. La Sra. Ana, alzo la voz en ese momento para preguntar, como buena mujer que calcula todo antes de empezar a hacer cualquier cosa, “¿Cuánto le costará al pueblo hacer esto del internet y colocar eso del wifi?”. Entonces ahí mismo don Nicolás invito a don Beltrán, que estaba en un rincón sin abrir la boca para nada hasta ese instante, a pasar al frente. Les dijo a todos que él tenía un hijo en la gran ciudad y que quizás podría ayudar con conseguir las cosas y quien las instale aquí en el pueblo a un buen precio. A lo que don Beltrán se quedó mudo, él nunca había mencionado que su hijo trabajaría en tan extraño proyecto, pero resolvió que no haría daño si le preguntaba a su regreso.
Así transcurrió y termino la reunión definiendo que don Beltrán haría el enlace con su hijo para ver que se podía hacer con el proyecto de conectar al pueblo con el mundo a través de la web.
Paso algún tiempo y cada vez que llegaba el viejo camión con su chofer en el al pueblo, don Nicolás saltaba del banco de su tienda no solo a recibir las provisiones sino también para preguntar si ya había respuesta del chico de ciudad a la solicitud que, sin él pedirlo, le habían hecho llegar. En las primeras ocasiones don Beltrán contestaba que su hijo estaba bastante ocupado con la universidad y su trabajo en la ciudad, y aunque si estaba entusiasmado con el proyecto, no había tenido el tiempo aún para cotizar todo lo necesario para conectar a todo un pueblo con el internet. Después de casi dos meses de espera y que la mayoría de los habitantes del pueblo ya no preguntaban por el proyecto, y que don Ricardo estaba muy contento de ello, por cierto. Llego don Beltrán, con un acompañante al pueblo. Era nada menos que su hijo, y llevaba consigo una serie de planos y panfletos de un montón de aparatos. Fueron a buscar a don Nicolás a su tienda y se presentaron; hablaron por largo rato y después salieron rumbo al hostal los tres.
¡Clara! Dijo don Nicolás, dales aquí a don Beltrán y a su hijo el mejor cuarto que tengas y saca de tu cobertizo las costillas de ciervo que cazamos la semana pasada, no te preocupes por el dinero que yo pago todo. Luego se dio la vuelta y fue a convocar a todos a una reunión de suma importancia para la noche en el salón. Ahora si podremos iniciar una nueva época en este pueblo, decía a todos, vengan hoy al salón, hablaremos y los invitaré a una copa de vino y queso añejo del bueno, de los que tengo en mi tienda.
Eran ya como las 7 de la noche cuando ya casi todo el pueblo estaba en el salón, don Nicolás había llevado dos cajas de vino y varios quesos de su tienda. Todos parecían bastante relajados ya por sus efectos, sabían que de seguro se trataría de la segunda parte del proyecto ese del internet para el pueblo, pero nadie se imaginaba lo adelantado que podría estar…
Se escucho un tosido fuerte y luego como se aclaraba la garganta don Nicolás, levantando la copa de vino saludo a todos diciendo: “¡Estamos aquí, mis amigos, para iniciar el futuro!”, en un rincón obscuro estaba sentado don Ricardo, tomando una taza de café y no tenía cara de muchos amigos en esos momentos. Presentaron al hijo de don Beltrán y este a su vez hablo primero de lo maravilloso que era aquel pueblo como perdido en el tiempo y que se asemejaba a los que se describían únicamente en los cuentos de hadas o historias del siglo pasado. Un lugar como este debe conocerlo todo el mundo, decía, no pueden ser egoístas y quedárselo solo para ustedes, continuaba. Luego para no aburrir a la concurrencia con lo que ellos ya sabían, empezó a detallar el plan de conexión del pueblo con el mundo por medio de la www (World Wide Web) o como la conocemos comúnmente “internet”. Saco de un maletín muchos panfletos y carteles de aparatos y computadoras, algunas antenas que parecía como de radio y demás cosas… Casi al finalizar, todos estaban con los ojos que parecían huevos estrellados. Hasta don Ricardo estaba maravillado y ponía atención al chico universitario de la gran ciudad que venía a poner el futuro en el pueblo.
Se escuchó la voz algo chillona de la Sra. Ana. Disculpe joven, dijo, pero todo esto que suena como a los libros de Julio Verne, ¿cuánto le costará al pueblo? Y ¿cómo podremos pagarlo?… todos empezaron a murmurar y a decir: Si, es cierto, todo eso debe ser carísimo; no podemos costear algo así, y si no funciona que haríamos, etc. Entonces don Nicolás trato de acallar a la multitud en el salón, le dijo a Clara y Felipe que sirvieran más vino a todos, ahora hasta don Ricardo pidió una copa, porque le parecía que iba a celebrar el fin de esa idea loca al escuchar el precio.
Amigos, amigos, amigos; decía don Nicolás, ¿creen que yo les traería ante ustedes algo que no puedan pagar? ¿Qué clase de hombre de negocios seria si no hubiera ya pensado en esto? Aquí este ilustre mancebo que ha servido de enlace entre nuestros sueños de ser mejores y la realidad del mundo exterior, ha encontrado a una corporación gigantesca que le interesa instalar todo, aquí en el pueblo, ¡gratuitamente! En ese instante a don Ricardo se le atraganto el sorbo de vino que estaba dando, todos sonrieron e hicieron una cara de incrédulos. No podían creer que alguien fuera a dar algo tan grande por nada, a un grupo de personas que ni siquiera conocían. Felipe y Clara se agarraron de las manos y Clara, tartamudeando un poco dijo: ¿Es acaso cierto?, nos estas timando… ¡No!, para nada dijo el hijo de don Beltrán, lo que dice don Nicolás es cierto. Esta compañía le interesa muchísimo colocar las antenas de internet y los aparatos en el pueblo para dar servicio a todo el turismo potencial en la región. A cambio, de que el pueblo les dé un lugar gratuito donde colocar sus servidores, o sea los aparatos que hacen que el internet funcione y las antenas ellos las pondrán a funcionar sin costo para los lugareños y con una pequeña cuota para los turistas todos los servicios posibles de telefonía móvil y navegación en internet. Adicional ofrecieron, unas computadoras para la oficina postal y que desde ahí se pueda navegar todo el tiempo si lo desean. Entonces don Ricardo se puso en pie y dijo: ¿Porque en mi oficina?, yo no quiero esos aparatos en mi espacio, ni los quiero ver para nada… Pero le explicaron que era lo más conveniente por ser el centro de comunicaciones del pueblo y así además de vender el servicio de telegramas, sellos, papel y postales; podría vender tiempo de internet a los turistas para que ellos enviaran sus mensajes al mundo instantáneamente. Ahí se vio como le guiño un ojo don Nicolás al viejo Ricardo y le pregunto: ¿Qué te parece?, harás más negocio y no tendrás que invertir en nada…
Las cosas terminaron así: Don Ricardo accedió un poco a regañadientes, pensando en las ganancias que esto podrá dejarle, la Sra. Ana quedo tranquila al saber que no tendría que sacar ni ella, ni nadie del pueblo un centavo para esta aventura que aun pensaba que era una locura. Clara y Felipe estaba entusiasmados al pensar en todas las personas que podrían llegar al pueblo y ya planeaban como ampliar el hostal. Don Nicolás, por su parte ya pensaba en aumentar un 10% algunos precios de los recuerdos del pueblo para los turistas el próximo verano… Hasta don Beltrán estaba considerando el cambiar al viejo camión por algo donde pudiera llevar más carga y algunos pasajeros. Todos en el pueblo aceptaron la idea y que se diera inicio a los trabajos lo antes posible, ya estaba por iniciar el invierno y querían que todo estuviera listo antes del próximo verano.
Así sucedió, se fue el hijo de don Beltrán a la gran ciudad, se cerró el trato con la corporación que va a instalar los equipos, y empezó a llegar algunos ingenieros y obreros al pueblo y a sus alrededores. Clara y Felipe estaban contentísimos, aun no estaba funcionando el internet y ellos ya tenían huéspedes en invierno, casi lleno el hostal seguían preparando desayunos y tragos en el bar al finalizar las tardes. Uno de los ingenieros platicaba con la Sra. Ana acerca de la medicina natural y el poder curativo de las plantas, a lo que la Sra. Ana sentía que hablaba con el mismo Dios… Emocionada escuchaba que a través del internet podría ver instantáneamente los reportajes y notas medicas de famosos homeópatas y sus recetas herbolarias para curar hasta el cáncer si era necesario.
Cada vez que se podía, y que los ingenieros lo permitían, don Nicolás se llegaba a meter a las obras a preguntar: ¿Cuándo estará listo? Y si tenía oportunidad invitaba a todos a una copa de vino en el bar o una taza de café en la plaza…
Los trabajos en el pueblo fueron hechos sin problemas, no así la instalación de la red de antenas en las cercanías, como era invierno, eso dificulto todo. La Sra. Ana constantemente tenía trabajo con sus tés curativos por los resfríos y hasta tuvo que hacer varios vendajes por heridas menores a los trabajadores. En una ocasión tubo que desempolvar sus conocimientos de enfermería para suturar a un obrero que había tenido un accidente en el bosque. Eso sin dejar por un lado las tormentas que paralizaban las obras por algunos días. A don Beltrán le iba también muy bien con todo esto, habiendo más personas en el pueblo sus servicios eran requeridos con más regularidad, llevando y trayendo equipos de la corporación, provisiones extras para don Nicolás y para el hostal principalmente. El que estaba muy contento con todo este barullo, aunque no lo crean era don Ricardo. Con tantos trabajadores e ingenieros que tienen a sus familias en la gran ciudad ¿cómo creen que se comunicaban con ellos? Exacto. Creo que nunca había enviado y recibido tantos telegramas en toda su vida, hasta fue una o dos veces con la Sra. Ana a tomar algo para el dolor muscular en sus dedos… todo en el pueblo, a pesar del frio invernal era alegría y entusiasmo.
Llego la primavera y con ello, la fecha de entrega del proyecto. Como si fuera la inauguración de la ciudad en si llegaron los altos personeros de la corporación junto con los ingenieros en jefe de la división de comunicaciones e internet a hacer entrega y encender simbólicamente la red dentro del pequeño pueblo. Todos, vestidos con sus mejores galas posaron para las fotografías que saldrían en los periódicos de la gran ciudad anunciando que el maravilloso pueblito de paisajes idílicos estaba ahora conectado con todo el mundo a través del wifi e internet. Esto era fantástico, mejor de lo que cualquiera hubiera soñado en el pueblo, incluyendo a don Nicolás, que deseaba aparecer en todas las fotografías.
Adicionalmente, la corporación hizo entrega de un par de computadoras de última generación a don Ricardo en la antigua oficina postal y ahora centro neural de comunicaciones internacionales por medio de la triple W… Al final el gerente de relaciones publicas comunicó que uno de sus expertos en redes sociales y marketing ya había iniciado una campaña de publicidad para el pueblo en internet para que se lograra la meta propuesta de turistas en la próxima temporada de verano que estaba casi a la vuelta de la esquina, por lo que incentivaba a la población a estar preparados y hacer las mejoras posibles para la atención de los visitantes y así enriquecer, si era posible, su experiencia en el pueblo.
Todos saltaban de alegría, Clara y Felipe sabían que eran afortunados por ser los dueños del hostal y el bar del pueblo, tendrían mucho trabajo y podrían ganar más dinero del que habían soñado nunca. Don Nicolás se sentía como cuando un hijo sale al mundo y tiene éxito, un orgullo paternal por aquel poblado que no podía explicar, solo se podía ver como hinchaba el pecho y se le escapaba alguna lagrima de satisfacción. Don Ricardo, aunque estuvo en contra en un inicio a todo esto, debía aceptar que estaba contento como resultaron las cosas; y que de una u otra forma él era ahora una parte vital de todo. Porque muy en el fondo, lo que nunca le había gustado del proyecto era en realidad que al funcionar eso del internet, nadie lo necesitará en el pueblo. La Señora Ana ya no podía aguantar las ganas de ver lo último de la moda en Brasil o parís por medio de esa pantallita pequeña que ya le habían enseñado como funcionaba el ingeniero homeópata del cual era ya muy amiga…
Ya se sentía el calor del verano y florecían las praderas cercanas al pueblo, en el bosque se escuchaban mucho más a las diferentes aves que invadían el lugar para anidar y los paisajes que parecían pintados con acuarela por la mano maestra del mismo Dios se podían apreciar cada día mejor. El sol brillaba en el cielo y el pueblo lanzaba un resplandor desde el camino a semejanza de un espejismo difícil de creer a la primera mirada. ¡Todo era hermoso! El pueblo entero estaba como quinceañera en la espera del príncipe azul, se podía ver a Felipe que estiraba el cuello cuando pasaba por la plaza, para ver si distinguía a algún caminante o vehículo que fuera a llegar al pueblo a la distancia.
Pasaron algunos días, y don Nicolás algo nervioso llegaba al bar al terminar el día, se tomaba un par de tragos y comentaba con todos que ya vendrían los turistas y verían hechos realidad los sueños de todos. Aunque en realidad, se le podía notar en su tono de voz un poco duda e incertidumbre de si esto sería verdad. Acaso algo no habría salido conforme al plan, pensaba; y si algo ocurrió y nadie se enteró del pueblo a través del internet y las redes sociales… era mucho lo que estaba en juego aparte de su prestigio como el hombre empresario del pueblo. Incluso llego a visitar a la Señora Ana con el pretexto de unos dolores de cabeza para que le recetará algo para los nervios.
Después de casi un mes de iniciado el verano, don Beltrán llegó al pueblo con un muchacho no mayor de 25 años al pueblo. Este chico era hasta el momento el único turista que había visitado la maravilla de poblado en todo este tiempo. El chico maravillado de los paisajes se hospedo en el hostal por una semana, bebió algo de vino, compro unos tés con la Sra. Ana y tomo muchas fotografías. Por las noches se sentaba a solas en la plaza y admiraba en silencio el gran cielo estrellado que no se podía observar en la ciudad a causa del smog.
Todos los habitantes del pueblo le veían como un bicho algo extraño, querían hacerle mil preguntas, pero nadie se atrevía. Será que solo este muchacho va a venir, se preguntaban algunos en silencio. No es posible que este año sea el peor en los últimos tiempos con la llegada de turistas, que haremos el resto del tiempo sin dinero… temían otros.
El día que el chico se preparaba ya para empacar y marcharse, se tomó un tiempo para agradecer a cada persona que se encontró en el pueblo, dando las gracias por una experiencia muy agradable y fuera de este mundo con todo lo vivido, y al final pregunto a un grupo que estaban en el bar del hostal: ¿Quiénes pusieron el internet en el pueblo? A lo que todos dudaron un poco para contestar, pero al final casi al mismo tiempo dijeron que fue el pueblo en conjunto… Luego la pregunta de regreso obligatoria: ¿Por qué?… El chico queriendo ser amble dijo solamente: “Es que no se arregla lo que no se ha roto, a veces lo rompemos sin querer por mejorarlo”. Inmediatamente tomo un par de mochilas, las puso sobre sus hombros y se despidió tomando un último sorbo de agua mineral. Todos los presentes en el bar que escucharon al chico se quedaron perplejos, en un total silencio. ¿Qué habría querido decir este muchacho universitario con eso?
Don Nicolás se enteró de lo sucedido y pidió a don Ricardo que le mandará un telegrama urgente a alguien de la corporación para tener información de que estaba ocurriendo en la gran ciudad con la promoción del pueblo y que también si podía le enviará otro al hijo del don Beltrán con lo que el chico había dicho acerca de eso de no arreglar lo que no se había roto… don Ricardo lo hizo de forma inmediata, entre sentimientos encontrados porque, por un lado, estaba como alegre que esto del internet este resultando en un fiasco porque él no lo quería desde un inicio, pero no le gustaba ver lo que ocurria con el pueblo y con su amigo don Nicolás… El hijo de don Beltrán acompañó a su viejo padre en el próximo viaje, a todo esto, el verano estaba casi a un par de semanas si mucho de terminar.
El hijo y don Beltrán estaban sorprendidos de ver el pueblito tan bello casi desierto. A no ser por quizás un par de turistas más que andaban por ahí aparte del chico que ya hace días se había marchado, el pueblo podría decir que no tuvo visitantes este año. Fueron directamente al hostal y pidieron que llamarán a don Nicolás para hablar de las cosas que estaban ocurriendo.
Estaban en el salón casi todos los importantes del pueblo, don Nicolás, la Sra. Ana, don Ricardo, y aunque Felipe no estaba presente porque andaba haciendo alguna reparación con un vecino en su granja, pero estaba su esposa Clara para escuchar todo lo que se debía enterar… Preguntaba el hijo de don Beltrán: ¿Pero que ha pasado? ¿Por qué no ha venido más gente al pueblo? En la ciudad, todo ha resultado conforme lo planeado. Los de la corporación se comunicaron conmigo y dicen que están tan perplejos como ustedes y como yo. No le encontraban ni pies ni cabeza al asunto este.
Don Nicolás alzo la voz y dijo con un tono muy lúgubre, “esto es culpa mía”. Los demás vecinos voltearon a verlo y Clara dijo sin pensar: Es culpa de todos, nadie nos obligó a decidir que lo hiciéramos, no era nada malo don Nicolás, usted pensaba en el bien para el pueblo. A lo que hasta don Ricardo estuvo de acuerdo y le puso su mano en el hombro a su amigo en señal de apoyo.
Paso el tiempo, se acabó el verano y llegaron los vientos del otoño, luego como debía ser enfrió el clima y empezaron las nevadas de invierno. El pequeño pueblo se convirtió en una colonia de abejas en verdad; a causa de la mala temporada de turistas sin que nadie lo dijera y empezando por don Nicolás, nada era de nadie y todo era para todos… Hasta don Beltrán aportaba lo que podía cuando llegaba al pueblito, dejaba las cosas sin cobrar su comisión en muchos casos, saco un pequeño cuadernito donde apuntaba el monto económico de las encomiendas a los que no podían pagarlas de inmediato y secretamente a veces rompía la página cuando nadie lo veía para nunca poder cobrarlo. Era el pueblo de los mosqueteros diría Alexandre Dumas, porque el “Uno para todos y todos para uno” se podía respirar en el aire frio de ese invierno.
Han pasado algunos años después de esa aventura. En la primavera siguiente a aquel invierno, la corporación dio por fallido el intento de conectividad y retiro los aparatos del pueblo y por supuesto toda la promoción en internet del pequeño pueblito que quiso ser encontrado en la web y ahora seguirá perdido en el tiempo y espacio. Se convirtió el pueblo en un secreto, es una especie de leyenda entre los citadinos de un lugar como de fantasía, un pueblo que brinda lo mejor de si para todo aquel que se atreve a dejar de lado lo moderno y olvidarse de los mensajes de texto y la inmediatez de las comunicaciones de este siglo. Las fotografías de aquellos paisajes se pensaban que eran truqueadas por medio de algún editor de imágenes o algo similar.
Lo cierto es que el pueblito si existe si te atreves a caminar, a subirte a un viejo camión y aguantar la conversación sin parar de un anciano transportista llamado don Beltrán, te recibirá una oleada de aire puro y liberador para tus sentidos, te llevará el aroma de las flores silvestres y la belleza que hasta el más ateo no puede negar que Dios existe. Y ya cuando estés entrando al pueblo y veas saludando a Felipe a lo lejos, quizá veas a don Nicolás que ahora ya usa un bastón, y a la Señora Ana usando uno de sus vestidos que solo ella luce como una modelo de las pasarelas de Paris; distinguirás en las columnas de la entrada a la plaza un letrero que dice: “Zona libre de Wifi e internet”.
FIN