Había una vez una tierra inmortal, de bellos paisajes, dibujados por la mano de Dios. Un lugar donde no importaba a que dirección se voltee a ver, todo es hermoso, con vistas muy diferentes. Desde hermosas playas negras de arena volcánica llenas de riquezas minerales, llanuras y planicies fértiles ideales para la agricultura, paisajes idílicos con lagos que como espejos reflejan el cielo azul y sus montañas, mudos testigos gigantescos de esta tierra hermosa.
Hermosa tierra y paisaje como su cultura y su gente.
Una cultura ancestral, tan sabia desde sus inicios, mezcla perfecta entre los adelantos más grandes en el mundo, con raíces culturales y místicas milenarias. Un pueblo lleno de científicos, estudiosos de los cielos y matemáticos, así como guerreros y agricultores hábiles con estructuras sociales notables.
Había una vez una tierra tan fértil que por todos lados puedes ver el verde esperanza que representa la vida. Desde la humilde milpa que da su fruto para alimento de los pueblos, hasta gigantescas Ceibas Pentandras que ofrecen abrigo a un sinfín de especies de aves que con sus vivos colores danzan, como si fueran flores vivientes en los más bellos paisajes de los bosques nubosos de estas tierras.
Había una vez en esta tierra hermosa, un pueblo orgulloso de su linaje, creado por sus dioses a partir del agua, la tierra y el maíz. Agradecidos con la madre tierra por sus favores, adorando dioses de viento, agua, luz y fuego; teniendo por guardianes sagrados a los volcanes que rodeaban sus pueblos.
Pueblos que fueron explorados por los visitantes extraños, luego conquistados y en muchos casos fueron saqueados sus tesoros, diezmados sus guerreros, dejando de lado sus adelantos científicos y astronómicos, así como sus dioses, para ser civilizados…
Había una vez un pueblo que, al ser conquistado, evoluciono. Nació una nueva raza mestiza, con todo el respeto por sus ancestros y a la vez, mantuvo pura la sangre de la tierra. Dando esto la doble fuerza para seguir adelante hasta llegar a su independencia y formar parte de un nuevo mundo como nación.
Esta nación ha pasado de la época colonial a la moderna por muchas cosas, viendo la caída de algunos malvados, pero también el levantarse de sus hijos en todo el mundo; personas en las ciencias, las artes y adelantos que han marcado a todos los pueblos en la tierra. Tal como aquellos antiguos pobladores de esta tierra, que hace cientos de años lograron sus invenciones monumentales para su tiempo, en la matemática, la astronomía, agricultura y el conteo del tiempo…
Había una vez, un país que en su camino tropezó. De forma inesperada fue golpeado por un mal a nivel mundial. Una pandemia amenazó la vida de la nación, la vida de su gente. Pero esto, que aún se vive hoy en día, ha servido para que todos nos unamos más, entendiendo que, solo ayudando al hermano, al vecino, saldremos adelante.
Había una vez un país, una nación, un pueblo que, sin importar color de la piel, condición social o económica, ocupación o religión, siempre ha dado lo mejor de sí. Siempre ha ayudado al vecino en tiempos de necesidad y por eso después de más de 200 años de independencia somos más que solo una nación en un mundo lleno de caos. Somos una comunidad que aún con nuestros problemas y diferencias podemos brindarnos apoyo, sin olvidar el orgullo milenario maya del que somos herederos.
Había una vez, en el mes de independencia, recordamos una Guatemala inmortal que vuela más allá que el Cóndor y el Águila Real.
Fin